Leía el otro día que realmente no nos gusta el verano. Que le tenemos aprecio por todo lo que vivimos en la infancia. Pero que si pudiéramos elegir no lo haríamos sobre un día a 40 grados.
No compro esta idea. El verano es mi época preferida. Se abren mil planes delante de ti y en tu pantalla. Lo que puede generar ansiedad a raudales. Un buen consejo es no consumir mucho las redes en verano, igual que en Navidad. Yo cada año lo elimino a finales de diciembre y después de que Sus Majestades los Reyes Magos hayan cogido camino a Oriente, entonces sí, vuelta a la cotidianidad de todas las casas en Instagram.
Pero el verano ¡es que se puede hacer de todo! Desde que ha empezado este año no he parado de hacer cosas como ir a la presentación del libro de Victoria, ir el otro día al concierto de Vozn´color y yendo pues llamas a una amiga, baja y el concierto se convierte en tres horas de charleta en torno a una cerveza y un agua con gas. Porque sólo tiene que ponerse un short, una camiseta y ¡a la calle!
Esa espontaneidad sólo la da el verano. De vuelta a casa ves los bares con lucecitas en las sombrillas, la gente saliendo antes de que anochezca bien fresquita, guapa y perfumada de sus casas, corrillos en la calle, risas, reencuentros tras el año en el que cada uno está inmerso en su vida de horario laboral común y quehaceres comunes.
Reaparecen los vestidos de colores, los pendientes flúor y el brillo en la piel que da la humedad.
Y la nueva cotidianidad. Vuelve a pasar lo que pasa cada verano, que por no ser habitual nos encanta. Si lo hiciéramos todo el año ya no lo recibiríamos igual, claro.
Recuerdo perfectamente cuando era pequeña y pasaba los veranos en Calpe. Hasta que no pusieron piscina no molaba tanto y realmente no molaba demasiado porque al ser la pequeña todos mis tíos me hacían la puñeta de una manera insufrible. Ahora que no me pueden hacer aguadillas lo confieso :) También os digo que era un blanco mega fácil y que no había ni tele ni videojuegos ni nada, pero eso es otro tema…
El caso es que desayunar en bañador un Colacao (Colacao con todo, eh, que no existía el light) Colacao sin conocimiento, del bueno, azúcar (sí, me ponía azúcar también. Eran los ´80, pensábamos en el placer antes que en diez años vista), leche entera, leche Pascual además porque mi abuela hacía la compra en el super de El Corte Inglés y esa comida sabía a gloria. Pero es que al vaso de leche lo acompañaba su bocata de jamón de york con mantequilla, jamón de york también del Corti, que os digo yo que era de otra liga. Luego que si marca blanca. Mira, noto a la legua la diferencia. Qué le voy a hacer… De verdad, qué maravilla. Es que me pica la garganta de pensar en ese vaso de leche cargado como si fuera un carajillo…
Cómo me gustaría volver a comer sin conocimiento, sin información…
Y si te manchabas, manegarzo y a hacer cosas. De pronto escuchabas la gravilla: ¡viene un coche! Ya os he dicho que no había mucho entretenimiento así que todos a ver quién venía. Si era mi abuelo: dos pitaditas y a bajar a vaciar el maletero que había ido a comprar. Bajar escaleras, subir, algún empujón y no le hagas esperar que era como Meryl Streep en El Diablo se viste de Prada con el brazo extendido, pero él con el maletero abierto y un: xé, parle jo o passa un carro, vaaaa! Tenía muchas cosas que hacer. Todos siempre hemos tenido muchas cosas que hacer allí.
Una dinámica muy trabajada: mi madre barría la terraza como si viniera en breve el inspector de las terrazas bien barridas a poner nota, mi abuela cocinaba y se bajaba a la playa después de dejárselo todo hecho. Esto cuando fui consciente de mayor aluciné. Vivíamos en frente de la playa, a diez pasos, bueno, diez si nos tirábamos por el acantilado, unos pocos más si bajábamos por la escalerita. Y la mujer bajaba ¡alguna vez! no siempre, cuando estaba todo hecho. De verdad, que luego que por qué no he tenido hijos… Es que menuda exclavitud. Pero bueno, que me lío.
Como una maquinaria perfecta cada uno tenía su tarea. Éramos muchos, yo era pequeña y ni idea de lo que hacía el resto, la verdad. Bueno sí, bajábamos a la playa y algo que me fascinaba y que me encantaría poder hacerlo ahora pero es imposible por la gravedad y el peso es lo siguiente: nos íbamos a la playa, aunque estábamos al lado no bajábamos y subíamos. Nos quedábamos. No había duchas en la playa ni nada, era una playa virgen. Así que cuando recogían, yo me ponía las cangrejeras y mi tío Carlos me cogía al bracito, se acercaba a la orilla y me bajaba lo justo para limpiarme los pies con las olas del mar: chop, chop, chop. Tres pasadas y vuelta al brazo y a casa bien limpita sin nada de arena. De verdad ¡eso era lo mejor del mundo! Odio profundamente la arena y claro, poder hacer eso ahora sería lo mejor.
Por eso os digo que los planes de verano, nada grandilocuentes, son incomparables a otras épocas del año. Porque estás receptiva a que todo vaya bien.
Cuando crecimos todos mi padre continuó la tradición de la compra pero sin tocar el pito dos veces que yo soy hija única y nunca he estado para mandatos de ese tipo… Menos si lo mandaba mi abuelo, eso era otra liga, claro.
Así que yo me levantaba un domingo y ahí estaba mi padre con una toalla enorme en la cintura ya fresquito del manguerazo que se había pegado y una exposición de la prensa dominical y todas las revistas de la semana acompañadas de barras de pan recién hecho. Si estaba sandunguero compraba pipas para la sesión de pelis de por la tarde y chupachups Kojak (con chicle dentro) y ya era el domingo más feliz de la historia.
Entonces recién levantada, me hacía un bocatita (ya comía con conocimiento o mejor dicho con remordimiento) ¡Gracias sociedad! y a tumbarse al sol con bien de bronceador. Podía saber al final de la mañana si había sido productiva si al levantarme de la tumbona tenía tinta de la revista en la barriga, porque el sol, el agua y el Hawaian Tropic habían hecho fusión. Y así de feliz estaba con el nombre de Isabel Pantoja tatuado en mi michelín. Manguerazo borrador y a seguir con el plan.
Ahora toca ir a casa de amigos, largas sobremesas bajo una buena sombra y poco más (que es todo).
Yo este año el Hawaian Tropic ya lo he comprado. Y mientras leéis esto estaré cumpliendo lo que digo, en una casa con amigos y puede que con una piscina verde. No sabemos. Pero que disfrutamos, seguro.
Porque el verano va de eso. De disfrutar sin conocimiento, de tener agujetas en los mofletes de tanto reír, de la marca del bañador, las piernas morenas y el culo blanco y de piedras clavadas en las cangrejeras.
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Pues que desde hace unos años el verano se me hace bola... por eso del multitasking de autónoma, la maternidad sin cole y el calor extremo.... pero leyéndote he vuelta a amar (un poquito) estos meses.. Posiblemente solo sea por un espejismo de "tú verano". Maravilloso por cierto. He visto a Isabel Pantoja en tu michelín mientras te zampabas el bocata "sin conocimiento"!! Adorable!!😍