Patatas fritas y aftersun
El otro día os hablaba de lo que me gusta el verano. Ha pasado una semana y sigue siendo así, por supuesto.
Y una de las mejores sensaciones del verano se vive por partida doble: una misma y como espectadora.
Todo el día de calor: playa, piscina, manguera o aire acondicionado. Cada uno lo que pueda. No contemplo el monte, ya lo sé. Para mí el verano es agua, bueno, la vida es agua. Y tras todo ese día con salitre, la piel tirante y el pelo con unas ondas que ni la mejor peluquería lograría ese efecto ¿nos vamos a tomar un heladito?
Así que te duchas, te pones aftersun, un vestido fresquito con colores vibrantes, acondicionador en el pelo y al paseo.
Esa sensación de salir fresquita a la calle, con la piel tostada, habiéndote quitado el bañador mojado, la arena y saber que has hecho todo: el bañador lo has enjuagado y está tendido (al sol no que se estropea), la manguera recogida, las colchonetas a buen recaudo… ¡Qué paz! Y a disfrutar del helado o de una cena en una terraza.
Cuando era pequeña una de las cosas que me chiflaban eran las patatas fritas con un chorro de ketchup y un tenedorcito que luego a alguien le podía servir para que fuera un tridente del padre de la Sirenita o un peine para las Barbies. A mí no porque yo he sido siempre de todo oficial. He tenido (tengo) muchas Barbies©. Alguna vez, precisamente durante el verano, alguien me compró en uno de estos paseos una Barbie marca blanca…. Menuda decepción. Eran como huecas por dentro, no doblaban las articulaciones nada y tenían un color de piel raro. Así que decidí (no me juzguéis por esto) que esa muñeca no formaba parte de la familia. Y era la sirvienta. Sí, a tope de patriarcado y clasismo. No fui consciente hasta que fui mayor, obviamente.
He de decir que creo que la sigo teniendo guardada, tan mal no la trataba… O a lo mejor en un arrebato de limpieza fue la primera que fue por el aire, también os lo digo. El resto de Barbies© están guardadas con la Familia Corazón, el descapotable, el caballo que si le acariciabas parpadeaba (realmente le tenías que pegar un tirón del único mechón de pelo que tenía para que cerrara una unidad de veces los ojos), el spa con grifos en forma de ciscne, la autocaravana y así un sinfín de complementos. Todo guardado porque claro, he jugado tantas veces desde entonces… De mi capacidad de acumule hablamos otro día.
El caso es que saber que al anochecer, te duchabas, te ponías un vestido de sandias, la tirita en el corte de turno, crema y a la calle, era lo mejor del mundo.
Hoy me encanta seguir haciéndolo y me sigo poniendo tiritas porque las dichosas sandalias, vaya tela…
Os decía que es una de las mejores sensaciones también como expectadora. Y así es. Me encanta ver a la gente arreglada que ha quedado a cenar, se saluda efusivamente y huele tan bien…
Y a las familias con los niños peinaditos perfectos comiéndose un helado que en breve va a estar estampado en la camiseta tan chula con fresitas que llevan. Pero como yo no tengo que limpiar esas camisetas, pues me da felicidad.
Durante mi época de instituto mi amigo Álvaro y yo teníamos una pasión: sentarnos en la Plaza del Tossal con una botellita de agua y ver a la gente pasar. Por supuesto nuestro placer era comentar todas y cada una de las personas que pasaban. Nos imaginábamos qué profesión tenían, si eran pareja, hermanos o primos y por supuesto desplegábamos toda nuestra imaginación comentando la ropa que llevaban. El ingenio de Álvaro es famoso en el mundo entero y su risa también. Así que era el mejor plan que podía tener.
Y ahora mismo estoy pensando, como buena contempladora que soy, estoy abocada a ser como un señor que esta semana en uno de esos viajes a Madrid que hago por trabajo, soltó en alto lo siguiente. Bueno, primero os pongo en situación:
tren a las 7:30 de la mañana. Yo me desperté en casa para seguir durmiendo en el tren. He pensado en algún momento acostarme vestida ya para que solo sea ir de un sitio a otro, que me metan en el tren y seguir durmiendo. Yo iba con mis cascos escuchando un podcast, asiento pasillo. Cierro los ojos y me duermo a ratos, otros no, pero yo con mis ojos cerrados para no perder segundos de sueño por si me quiero volver a dormir.
A contramarcha dos asientos delante de mí pero a la izquierda, con mesa, un matrimonio de señores mayores. Y enfrente suyo otro matrimonio amigo suyo. El señor era la primera vez que iba a Madrid y lo preguntaba todo. Estaba entusiasmado. La mujer estaba emperrada en que se tomara no sé qué pastilla y el señor que no. Estuve a punto de decirle: tómesela señor que aquí no va a descansar nadie, que su mujer es muy insistente por lo que parece… Se la dejaba en el brazo, se la ponía en la mano… De milagro no se la metió en la boca y le hizo tragársela como un pavo…
Lo que yo estaba escuchando estaba muy gracioso la verdad. Y cuando estábamos llegando a Chamartín, la ciudad sin ley, yo seguía con los ojos cerrados y le oigo decir bien alto, refiríendose a mí: pues esta chica ha ido durmiendo todo el rato y a veces hasta se reía…
Pues así voy a ser yo, lo tengo claro. Sólo espero seguir teniendo a mi amigo Álvaro al lado para reírnos bien a gusto.
👸🏻 Bienvenidas a mi reino: en Madrastra sin hijos recibo a Imelda Portillo que es madrastra desde hace veintisiete años. Este episodio es una historia de amor de las más potentes y bonitas que vais a escuchar. Así os lo digo. Imelda es madrastra de dos desde hace veintisiete años. Con 25 años se embarcó en esta aventura cuando estaba pensando en viajar y cuando tenía muy claro que no quería tener hijos...
Es una No Mother (mujer sin hijos) convencida y militante como ella dice. Nos habla de una manera muy clara de cómo de duro ha sido, nos cuenta que no es un camino fácil y que no, no te lo van a compensar en la vida. Pero que todo lo hace por su pareja, que es un padre excepcional.
Visita el reino, abriendo las puertas del castillo con mucha fuerza, Imelda Portillo.
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¡Además el reino se ha trasladado al Hotel Emperador! ¡Gracias siempre!
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